En las últimas sesiones del curso de tiempo libre suelo compartir con los alumnos algunas de las vivencias que tengo tatuadas en lo más profundo del alma, en el lugar donde residen los motores del sentido, donde se fabrican las decisiones que permiten hablar de identidad.
Con ellas intento explicar hasta dónde puede llegar el tiempo libre, tras muchas horas de aspectos técnicos, organizativos y educativos pero que no son el verdadero misterio de todo esto sino solo su preámbulo.
Suelo recordar la evaluación de Andrés, que ya debe ser un adulto con hijos, quien concluyó que el campamento de Navalperal: "era mejor que jugar a la videogonsola". Desde entonces, me parece fascinante poder seguir venciendo la batalla a los avances tecnológicos que emergen de verano a verano, armados solo con palos, cartulinas y disfraces.
También les hablo de María quien señalaba que en el campamento había aprendido -"a hacer coches con cartones, a pedir perdón y a dar gracias por sus padres"- todo en la misma casilla. Me consta que ella recuerda, y hace ya décadas, aquellas vivencias, y que siguen siendo brújula en su flamante carrera profesional y familiar.
No es difícil que siga emocionándome con aquella Laura, aquejada de estas enfermedades alimentarias tan difíciles de gestionar, porque expresan la dificultad de aceptarnos, de no tener que responder a los patrones establecidos, de querernos con el cuerpo que Dios quiso darnos... Procuro ponerles en contexto de aquél itinerante tan difícil en el que pude ser testigo de una lucha sin cuartel entre los embates de la enfermedad y su voluntad, en aquél itinerante por la sierra de Madrid, de 11 días, en el que no poder comer ponía su salud en riesgo... su victoria, que sería solo temporal, pero el inicio de la definitiva, y su reflexión en la celebración final: -"Gracias, porque no sabía que se podía ser tan feliz"-.
Este 26 de julio nos ha regalado otro tatuaje con la belleza que solo la inocencia de un niño es capaz de generar.
Tres para cuatro años deben contemplarlo. Suficientes para que sea un verdadero regalo para todos los que lo tenemos cerca. Es fruto de una de las historias de amor más bonitas que yo he podido acompañar, pero eso sería para otro blog. Para mí es constatación de la fuerza del Resucitado y de que no hay energía más poderosa en el universo que la del amor. A eso suma un particular gracejo y un desparpajo cautivador.
Con su hermano mayor con nosotros en el campamento, debe tener más conciencia que otros veranos de lo que supone su ausencia. De tal forma que ha debido aprovechar el sentimiento, como solo saben hacer los grandes, para transformarlo en crecimiento.
Me cuentan que hace unos días tomó la decisión de que ya era mayor para quitarse el pañal, sin necesidad de otras presiones externas. Otra cosa es aprender el manejo de las sensaciones que advierten, y de los complejos mecanismos a reconocer y manejar para ir inaugurando autonomías.
Ojalá los mayores no hubiéramos detenido el proceso de aprendizaje en lo referente a ir al baño y hubiéramos continuado el complejísimo proceso de entender nuestro cuerpo, dialogar con él e integrarlo en la libertad que queremos vivir en muchas cuestiones mucho más necesarias que las de un orinal.
Hoy, en el día del Señor del 26 de julio de 2023, ha sido capaz, por primera vez, de armonizar todas las constelaciones necesarias para obrar el aparente milagro.
Y, como toda ocasión histórica merece, ha concluido con una sentencia para la eternidad: -"¡Y ya puedo ir al campamento porque ya hago caca en el orinal"- , ha gritado.
Querido Luis. Aún restan tres años para que podamos recibirte como mereces. Ten por seguro que haremos todo lo posible por mantener lo bueno que ya tenemos y mejorar lo que aún nos falta en este tiempo que nos das de plazo. Estamos preparando ya el futuro campamento que sea de tu estreno. ¡Y qué ganas de tenerte aquí!.