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¿Qué hacemos en El Atazar?

Te prometí en el primer post afrontar esta pregunta. La respuesta no es evidente. Tengo que confesarte que tampoco la tengo clara. Personalmente me resulta, en cierto modo, un enigma o, mejor dicho, por el trasfondo al que asoma, una expresión del misterio.

Sé explicarte la génesis. Verano de 2020. El COVID, como poco, nos impide salir de la Comunidad de Madrid, cuando no tener que suspender actividades de verano hasta el siguiente año. La pastoral juvenil tiene mucho de tradición y romperlas siempre es tarea arriesgada.

Más importante aún. Dice un sociólogo, con una metáfora interesante, que los jóvenes llevan "vida de perro", esto es, que un año para ellos son siete, y que, por consiguiente, 3 meses de encierro suman casi dos de adultos. Con perspectiva, acertamos en el discernimiento y aún hoy recuerdan aquellos campamentos como los mejores de la vida por lo que supusieron de libertad, de oxígeno, de diversión, tras sus "dos años de secuestro".

En los límites de la Comunidad de Madrid las posibilidades de tiempo libre se restringen notablemente, más aún si la alternativa esperada era el magnificado Linares, transmitido por hermanos mayores y amigos que por allí pasaron.

Descartado un itinerante de una semana, opción que fue espléndida en otras parroquias, porque los números que manejamos no son de senderismo, sino de éxodos bíblicos. Por otra parte, no era el verano de ir paseando de población en población.

Los campamentos tradicionales, con estas edades adolescentes, corren el peligro de traducirse en casa rural de policías y ladrones, o de monitores y ciclones emocionales propios de Gran Hermano.

Quedaba la opción de hacer arqueología parroquial, de volver a los inicios, a aquellos campos de trabajo de principios de siglo que fueron experiencias muy significativas en Guadalajara y Soria para los que ahora traen a sus niños a Aravalle, que cómo pasa el tiempo.

A todo esto, hablamos de márgenes de preparación de días contados desde el comienzo de las aperturas a las fechas viables... Y en una de las no pocas reuniones, aún telemáticas, de catequistas, la intuición de El Atazar.

Se trata del poblado que sirvió de alojamiento a los obreros e ingenieros que durante años se consagraron con sus familias a la construcción de la presa. Llegó a ser la población más numerosa de la comarca durante lustros, hasta que el final de las obras lo fue también de este pueblo con fecha de caducidad.

El Canal de Isabel II las cedió a la Archidiócesis para que tuvieran una utilidad social y es difícil encontrar una parroquia que no haya celebrado aquí una Pascua, un campamento o una convivencia.

Pero son ya sesenta años de construcciones. En un entorno aislado y no pocas veces hostil. Y se le nota en las costuras.

Por ser sinceros, le salvan las vistas y la piscina. Por lo demás, esta es, de largo, la última opción para una convivencia. Motivo que se convirtió en intuición certera aquél verano de mascarillas... ¿Y un campo de trabajo?

Pocas veces he rezado tanto durante un campamento, porque tengo que reconocerte que era la opción que había, la única; pero lo natural es que aquello terminara en fracaso. El fisio dijo que de alguna forma tenía que expresarse, que no me extrañara por mi primera, y hasta ahora, única rotura fibrilar.

Poco tiempo para la preparación, muy poca claridad en los trabajos a realizar, muchas medidas sanitarias anormales para la marcha habitual del tiempo libre, unas instalaciones muy limitadas, en no pocos aspectos hasta cutres... pues funcionó.

El verano del 21 tampoco era posible regresar a Linares... y funcionó.

Para el verano del 22 ya había un consenso tácito y progresivo entre los catequistas de que El Atazar tenía que mantenerse. Cuando tanto catequista, que acumula experiencia de Dios y mucha sabiduría, y experiencia en tiempo libre y educación; coincide en el discernimiento, siempre nos ha ido bien. Y es un orgullo pertenecer a un grupo capaz de asistir a la tercera evolución de tiempo libre desde que os conocí en 2010. La sección de mayores de Aravalle, a Linares. Los antiguos linarenses, a El Atazar... Y sin mascarillas, sin restricciones... en 2022 también funcionó.

Para entonces el patente enigma ya sonaba a lo que la Iglesia denomina "signo de los tiempos", realidades cotidianas cuyo significado no es fruto del mero azar, sino que manifiesta una lógica espiritual. Y ya son tres veranos en los que contemplo con sorpresa lo que funciona, no tanto por previsión y planificación, sino por lo que es impulsado por el Espíritu y que emergió en contexto de virus.

Comparto contigo el fruto de mis pesquisas. Como actividad es de una insultante sencillez y austeridad: ni caballos, ni parapentes, ni una mísera tirolina, ni yinkanas con drones, ni karts, ni batallas de paintball.

Las habitaciones están lejos de los resort de yakusi (que por cierto no sé si se escribe así), bañera de burbujas, ni servicio de habitaciones.

Estamos lejos de los parámetros de Mallorca tras la Evau, ni competimos en macro conciertos, ni en desfases etílicos, ni en parajes asilvestrados del género de los reality de tentaciones...

¿Pero y por qué repiten?

¿Por qué quieren volver?

¿Por qué hay que explicarles a dos del año pasado que terminaron sus dos años y que ahora tocan otras experiencias?

Es verdad que tras desayunar juntos, sin prisas, con la única tarea de conversar y encontrarnos, hacemos un momento de oración en un mirador privilegiado al embalse en el que tomar conciencia de que tenemos muchos motivos para dar gracias a Dios.

Es verdad que con música de fondo, y bien explicado su sentido, puede tener hasta su gracia lijar bancos de madera, pintar fachadas de edificios y, si te toca el premio gordo, tirar abajo tabiques... Si paseas al mediodía es inevitable el interrogante... ¿Es posible que no les demos más oportunidades de contribuir al bien común? ¿está el truco en que se sientan responsables de algo que es regalo para otros?

Es cierto que, en buena compañía, una charca mejora en prestaciones al mejor parque acuático, muchos más una piscina.

Desde luego, sí competimos con cualquier estrella Michelín en cuanto a comida, con el mejor de los aderezos: saber que lo hacen personas por amor, sin remuneración, por sencilla generosidad.

Me cuesta menos entender que están hartos de tener que ser lo que no son. Que las conversaciones de famositos, delanteros que aspiran a la champions y otras vanalidades no agotan solo el alma de un adulto, sino de cualquier persona que tiene el derecho a interrogarse, a cuestionarse, a poder afrontar preguntas por el significado de las cosas sin ser tachado de friki y de evitar la erosión del "no te ralles".

Vivo de la sabiduría que surge de la Palabra y no encuentro nada mejor sobre lo que profundizar y compartir que las bienaventuranzas, o el significado del Reino...

Y, para rematar la trasgresión de los estereotipos de la cultura de las redes sociales, cuarenta y cinco minutos diarios de silencio, de diario en el que volcar las emociones del día, de silencio para sentir la presencia de Dios, de escucha de la Palabra y de ojos cerrados, intuyo, para tomar conciencia de todo lo que ha sucedido durante un año, que recuerda que son siete; y por consiguiente, 45 minutos que suman dos horas y veinticinco.

Como prueba de honestidad, no te digo el nombre, pero créeme que del que menos lo esperarías, he preguntado si las oraciones se hacían largas... Me ha mirado con cara de extrañeza por la pregunta... -Qué va-, ha concluido. Y la respuesta debe ser honesta. Tras la despedida de la oración y el "podéis ir en paz", la música de guitarra continúa. Algunos se regalan solo unos minutos más. Otros un rato sobrecogedor.

En conclusión. Aquél verano del COVID nos iluminó en una especie de "ejercicios espirituales" tuneados para hormonados, para los que el trabajo por otros, el encuentro personal, el tiempo pausado, de alegría y de fiesta, el encuentro con la Palabra y la contemplación, se convierten en opciones por las que blindar el comienzo del verano, sabedores de que para muchos, será sin duda la mejor experiencia del verano.

Te abro una pequeña ventanita. Te escribo en la velada. Los chicos distribuidos por mesas. Es noche de juegos de mesa. Cada uno ha elegido al que quería dedicar esta noche. Los móviles en las habitaciones. Ninguno mira el reloj. Les estamos regalando la posibilidad de ser personas, de alejarse de construcciones digitales y que encierran en lo profundo una cosificación comercializada de lo que somos.

Aún nos queda la despedida. De nuevo, al mismo lugar de la oración de la mañana. Ahora con el encanto de la noche, de la luna reflejada en el embalse, del murmullo del río que surge del muro...

Otro sencillo momento en el que les invitamos, sin más, a hacer memoria y revisión del día. Que no sea una jornada más. Otro día consumido en la prisa que exige ajetreo. Un espacio en el que tomar conciencia de lo que somos...

Nos acompaña estos días brisa que procede el Este. La hemos usado como metáfora. Seguro que ha recorrido previamente la Avenida de Viñuelas y la Plaza de la Familia y nos sirve para sentir a los que seguro que hoy nos han echado en falta... De eso también se toma conciencia aquí.

Así que si esta noche tienes un rato, como el viento siempre se dice que da la vuelta, en la brisa, es muy probable que puedas saborear la oración de tu hij@ que en una noche de estas toma conciencia del privilegio que es tenerte.





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