El “Patacoja” se dirigía hacia uno de los lugares más peligrosos de todos los mares bravíos: el Triángulo de las Bermudas. A pesar de su mala fama, el camino hasta este trozo de océano parecía haber sido de lo más tranquilo. Conocían por antiguas leyendas que el nombre de este lugar procedía de la forma geométrica que formaban tres islas: Bermudas, Parches y Casacas. El teniente Gluglú volvió a sacar a relucir sus grandes conocimientos sobre cartografía, y añadió a lo que ya sabían otro dato curioso sobre aquel lugar: en el centro del Triángulo se encontraba una piedra protegida por los mares, la piedra angular, que soportaba el equilibrio de aquel lugar.
Aunque muchos otros habían perecido tratando de hacerse con ella, los piratas se dispusieron a encontrar la piedra de la que hablaba el teniente. Fue sencillo, al parecer, encontrarlo. Cuando llegaron allí, para su sorpresa, encontraron sobre la roca la llave, apoyada junto al mapa. Sin pensarlo dos veces, el capitán Blablá se abalanzó sobre ella y la recogió. Pero todo había sido demasiado sencillo.
Casi sin darse tiempo a celebrar aquella recompensa, el cielo comenzó a encapotarse. Una enorme nube negra se posicionó sobre el barco y, de pronto, comenzó a llover a mares. La mayoría de la tripulación se refugió dentro del barco, pero los tres marineros se quedaron tras el timón, alertados del posible peligro que iba hacia ellos. La lluvia cada vez caía con más fuerza e intensidad y mojaba las ropas de los piratas, dejándolos muertos de frío. Pero aún resistían.
En uno de los movimientos bruscos causados por la tormenta, la llave que acababan de conseguir salió disparada y fue atrapada por el pescador Pilpil. Este, en un momento de debilidad y necesidad, pensó que quizás, ahora que guardaba una de las llaves, sería buena idea custodiar entre sus manos todas las que habían conseguido durante el viaje. Aprovechando el descontrol ocasionado por la tormenta, se dirigió hasta el despacho del capitán dentro del navío. Sin avisar a sus compañeros, tomó la caja donde el capitán Blablá guardaba las llaves y salió de nuevo a la cubierta para que sus compañeros no notaran su ausencia.
El “Patacoja” tragó mucha agua y comenzó a chocar contra las inmensas olas que lo bamboleaban sobre el mar. Un agujero abrió el lateral del barco, el fuerte viento rompió la vela principal y el palo del que colgaba la bandera parecía bailar. Todo se dirigía a acabar en una gran catástrofe. El timón giraba tan fuerte por el movimiento de las olas que el capitán Blablá no podía conducirlo, y el teniente Gluglú solo gritaba, tratando de encontrar una salida de aquel peligroso mar. El pescador Pilpil agarraba con fuerza la caja robada y se asustaba por todo lo sucedido. Ninguno de los tres marineros parecía poder más. Cada uno, agotado de cansancio, cesó su tarea y cayó al suelo, dejando su destino en manos de la tormenta.