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Los minutos de la mística

El campamento tiene muchos biorritmos que recorren el horario cotidiano y que se entrelazan generando un complejo tejido. Uno de los más delicados y de los que acumulan más cuidado es el de las celebraciones.

A las 8.20, justo antes del desayuno de los monitores, en los diez últimos minutos del descanso de los niños, es fácil que encuentres a media docena de monitores en silencio, en la capilla, para poner en manos de Dios el día y tomar conciencia del privilegio de la jornada a vivir, en una oración conscientemente sencilla con solo la lectura del evangelio del día en el programa.

Para las 10.00, la oración de toda la acampada. Temática monocroma que va recorriendo distintos motivos para la acción de gracias cuando aún no ha ocurrido casi nada en la jornada.

Para las 20.00, la música relajante de fondo sirve de progresiva acogida a los niños que tienen un rato para tomar su cuaderno y poner palabra en su diario a lo que el día ha significado. Para las 20.15 la imagen es sobrecogedora.

Las cocineras que tendrían más que justificada su no asistencia por los últimos detalles de la cena, una tarde más han ajustado los tiempos para que la celebración sea un espacio de encuentro significativo para todos y ocupan, como es costumbre, el fondo del lado izquierdo.

La zona del anfiteatro es la preferida por los pequeños que aparecen entreverados con los monitores y que generan con frecuencia imágenes enternecedoras en los momentos de compartir.

El ala derecha suele ser espacio joven para tardo-menores y para los medianos en fervorosa adolescencia. Año tras año, embebidos en sus intensas emociones hormonadas, siguen sin percatarse de que es zona de alta densidad de monitores para ayudar a que los silencios sean más contemplativos que distraídos.

De fondo, un par de sillas donde el cura se ofrece para participar de la reconciliación. Difícilmente estarán libres.

Y así, comienzan las canciones, siguen las lecturas de la Palabra, las meditaciones de los monitores, -que ya quisieran homilías en muchas parroquias-, los gestos y la participación en los símbolos…

En otras palabras, esta dimensión celebrativa que tiene mucho de social porque somos comunidad, de ritos que deben conservarse porque forjan nuestra identidad y de espacios en los que todos participan sin reticencias y con aparente gusto… Pero ¿cuál es su alcance y trascendencia? ¿en qué medida los silencios son de oración? ¿qué pasará por esos corazones y por esas cabezas?... Desde luego el clima es precioso… Pero seguramente siempre quedará en el misterio…

(…)

Los últimos acordes de la canción apuntan al final de la oración. Una fórmula de despedida nos ofrece la bendición de Dios: en el nombre del Padre, del Hijo…

Queda poco para la cena y hay unos minutos disponibles para el juego. Si estuviéramos en una parroquia convencional, lo más usual es que terminada la dimensión social del acto todo el mundo se levantara y comenzara la conversación y el alboroto. Sin embargo, de manera cotidiana, el final de la oración inaugura unos minutos sorprendentes. Dudo que estas palabras sean capaces siquiera de aproximarte a la experiencia.

El final de la oración perpetúa el silencio. Un grupo no pequeño da por concluida la liturgia y comienzan a retirarse… en un silencio considerado y respetuoso que no se rompe hasta rebasados cincuenta metros, parra no molestar a los que restan.

Con el paso de los minutos las gradas y pasillos van clareando y los que quedan aislados se agrupan como imantados en las bancadas que quedan libres.

Para los seis o siete minutos transcurridos restan unos treinta. La mayoría monitores. Siempre algunos pequeños y cuando el paso de los días va rompiendo prejuicios, también de adolescentes.

Suena una guitarra de fondo. Ya no hay dinámica, ni texto, ni símbolo. Solo el silencio en el que no hay maquillajes y la persona toma conciencia de su interior, de los ruidos y heridas arrastrados, de una presencia que conforta, que rompe la soledad a la que tenemos pánico y que condiciona la mayoría de nuestros errores…

No es infrecuente una lágrima. Tampoco que irrumpa un canto a petición de uno de los orantes a los que es fácil que se sume el resto. Sin protocolo o guion establecido.

Mañana no estarán todos los de hoy. Pero volverá a haber un silencio no necesario, que ya no responde a horarios, costumbres o pacto social inconscientemente aceptado.

Desde el lugar de la confesión la imagen resulta estremecedora. Sumándose al silencio uno comprende el porqué de mucho de lo que estamos viviendo. Es fruto de este silencio intenso y reparador que expresa la más genuina fe.



Heridos graves: 0

Heridos leves: 0 (aceptando que no computen dos dientes para el ratoncito Pérez)

Enfermos: 4, casi 5: dos de garganta, una tripa suelta, un dolor de cabeza y un quinto que tiene pinta que padece de amores.

Mamitis: 1 y remitiendo.

Ratio de enfermos y accidentados a los tres días: seguramente ya menos que la que tú tengas en casa.

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