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De ruta en la Jungla del Silencio

El siguiente punto del mapa llevaba a la tripulación hasta un lugar más terrestre: la Jungla del Silencio. Para el pescador Pilpil aquellos parajes resultaban muy confusos, puesto que, acostumbrado al bullicio del Puerto de la Esperanza en Isla Tortuga, el silencio de la tierra que pisaban le resultaba espeluznante. Al capitán Blablá, y por extensión a su segundo de abordo, Gluglú, no les daba buena espina. Habían estado en lugares semejantes a este, que a simple vista parecían paradisíacos pero ocultaban grandes trampas humanas entre su vegetación.


Era la hora del mediodía y los tres aventureros se encontraban cansados del viaje, por lo que se tumbaron bajo la sombra de una gran planta desconocida a descansar. Pasado un largo rato, abrieron los ojos y observaron con verdadero asombro la vegetación que les rodeaba. Al haberse dormido, no habían sido capaces de apreciarlo. Se levantaron y decidieron realizar una pequeña expedición que les permitiera descubrir todos los tesoros que albergaba aquella jungla, con la esperanza, además, de encontrar su llave y su mapa.


Pasaron horas y horas caminando sin descanso, hasta que, casi sin darse cuenta, el sol comenzó a ponerse. Habían vuelto a posicionarse bajo la sombra de la gigantesca planta. Solo con mirarse, puesto que no querían romper con el silencio que abrazaba a toda aquella tierra, decidieron que debían sentarse sobre el suelo para observar la puesta de sol.


- ¡Qué bueno es estar aquí en silencio! - pensó el pescador Pilpil mientras los piratas asentían felices.


Al observarlo todo, se dieron cuenta de que aquella vegetación había cambiado. Parecía haber crecido, cambiado de forma y mejorado su color. Entonces, el teniente Gluglú, que de vez en cuando se volvía algo poético, comenzó a reflexionar sobre lo que les rodeaba. Afirmó que aquella vegetación era de una hermosura que jamás había sido vista en ninguno de los mares que había surcado. Las dimensiones de sus hojas eran tan descomunales que se sentía abrumado. Y, ante todo esto, se preguntaba en qué momento habrían podido construirse, entre tanto silencio.


Los tres se miraron y se volvieron de nuevo hacia la gigantesca planta. Ella sí que había cambiado de forma. De ella, ahora colgaban unas grandes hojas verdes que desprendían luz, y montones de semillas semejantes a una judía que engordaban mientras las miraban. El pescadero Pilpil sintió hambre y arrancó una de ellas, pensando que sería comestible. Al abrirla, una gran llave de los mismos colores se posicionó ante sus ojos. ¡Era la que buscaban! El capitán Blablá se sintió ambicioso y comenzó a rebuscar entre la planta el trozo de mapa que les faltaba. Tan buena suerte tuvo que se topó con que, en una de las hojas, estaba escrita la ruta. La arrancó y la guardó en su bolsillo con la intención de continuar su viaje.


Sin embargo, el teniente Gluglú le paró un momento y le pidió que, ya que habían conseguido encontrar lo necesario, se sentarán unos minutos más a contemplar el silencio de la naturaleza.

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