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Cueva de Salimosando, en Isla de Cozumel

Tras haber conseguido salir del Cementerio “Más allá”, el próximo destino en la aventura de nuestros viajeros fue llegar hasta la Isla de Cozumel. Una vez allí, el teniente Gluglú, que era un experto cartógrafo, descubrió que el mapa les llevaría hasta una cueva, llamada Cueva de Salimosando. La cueva era muy bonita: tenía salida al mar y había un hueco en la roca a través de la cual se podían ver la luna y las estrellas de la noche.


El capitán Blablá, el teniente Gluglú y el pescador Pilpil no tardaron en querer entrar y empezaron a explorar el lugar. Ante sus ojos, encontraron restos de lo que podría haber sido un naufragio. Había una vieja manta cubierta de manchas y agujeros, una pequeña hoguera y un montón de piedras algo afiladas. De pronto, entre todas aquellas cosas, el teniente Gluglú vio un coco y se agachó a cogerlo pensando que sería una buena fuente de energía. Entonces algo le saltó por encima y se puso delante de él. El teniente Gluglú, que era bastante miedoso, se asustó. Una vez consiguieron calmarle, se dieron cuenta de que se había presentado ante ellos el dueño de aquellas pertenencias. Se trataba de un hombre muy escuálido, algo sucio y que se mostraba bastante agresivo. Parecía un náufrago. Nervioso, les insistió en que le devolvieran su coco. Parecía ser muy valioso para él. Sin pensarlo dos veces, el teniente Gluglú, por recomendación del capitán Blablá, decidió devolverle el coco a aquel extraño hombre.


Una vez terminó aquel ajetreado episodio, el misterioso náufrago le ofreció compartir un poco de sandía que le sobraba. Para aquellos piratas todo resultaba muy extraño, por lo que, aunque al principio parecían desconfiar de él, accedieron a compartir la fruta. Tenían mucha hambre después de varios días navegando por alta mar. Habiendo creado un ambiente más amigable, el pescador Pilpil, muy interesado en aquella cueva, decidió preguntar al náufrago algunos detalles de su historia. El hombre, sin ninguna maldad, les mostró las maravillas de aquel lugar donde vivía. Lo describía como si fuera el paraíso, lleno de ricas frutas, que en realidad eran piedras de sal, y agua potable para saciar a una multitud, aunque los marineros solo veían allí una apestosa agua estancada entre las rocas.



Viendo que el náufrago accedía a aportar información, se interesaron en saber más sobre él. Les contó que su nombre era Cleclé, y que antes tenía una vida muy distinta. Era un escritor que anhelaba viajar alrededor del mundo y contar las maravillas que veía. Llevado por la pasión de contar historias y ver lugares, decidió partir de su tierra natal, Francia, con tan mala suerte que, durante el viaje, le alcanzó una tormenta que le hizo caer en aquella cueva. Casi desesperado por aquella soledad infinita, descubrió que su mundo anterior carecía de sentido, y que el nuevo mundo que había descubierto en esa cueva le aportaba grandes riquezas personales.


Sin embargo, la soledad de aquella cueva le había hecho volverse loco. Recurriendo a la naturaleza, había inventado que aquel coco tan valioso sería su nuevo amigo, llamado Wilson. Según decía el naufrago, Wilson le acompañaba en todo momento, todo lo hacían juntos. Dándose cuenta de sus problemas, el capitán invitó a Cleclé a unirse a su tripulación y continuar con ellos su viaje. Confiaba que de esa manera recobrara su cordura. Además, tenía la sensación de que aquel coco podía esconder la llave, ya que emitía un sonido metálico al agitarlo. Mientras Cleclé agrupaba sus pocas pertenencias para subir al navío, dejó caer lo que parecía ser un trozo de mapa. Los piratas lo recogieron y embarcaron de nuevo. No podían demorarse, si bajaba demasiado la marea, su barco quedaría encallado. Aunque no tenían la llave, zarparon confiando en que la intuición del capitán sobre el coco fuera correcta. Levaron anclas y continuaron con su viaje.

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