El viejo capitán Blablá se encontraba en la Taberna “Los soplados” de Isla Tortuga. Estaba sentado en una mesa de la taberna y a su lado se hallaba su segundo de abordo, al que todo el mundo llamaba teniente Gluglú. El capitán Blablá estaba nostálgico, pensando en todas aquellas aventuras que ha vivido. De repente, se acordó de aquel tesoro que siempre quiso encontrar pero nunca logró.
El padre del capitán, al que apodaban “El Loco”, en su lecho de muerte le dio un trozo de un mapa del tesoro del que se contaban muchos rumores. También le dijo que él pudo llegar a alcanzar ese tesoro, del cual sólo conservaba una llave y el trozo de mapa que le entregó. Muchos rumores decían que ese tesoro estaba en un lugar totalmente desconocido, pero que contenía grandes riquezas para aquel que lo encontrara. A los pocos que decían que sabían dónde estaba el tesoro y que lo habían visto, se les tomaba por locos y se los apresaba.
Sin embargo, el capitán Blablá siempre creyó en la palabra de su padre. Aunque se encontraba en una edad demasiado avanzada edad para surcar los mares, se armó de valor y decidió que su última aventura sería la que le haría el más grande de todos los piratas, con la que recuperaría la honra y la dignidad que le fue arrebatada a su padre cuándo se le trató de loco. Fue entonces cuando el capitán, emocionado, le dio toques en el hombro a su camarada, que se había quedado dormido, ya que estaba cansado.
La tabernera Rosario, que había escuchado aquella emocionante historia, se acercó a hablar con ambos piratas. Les advirtió que debían tener cuidado con aquel viaje y guardar el entusiasmo para hacer con cabeza su organización. Les explicó que el mapa, que les guiaría hasta el lugar donde se escondía aquel tesoro, estaba repartido por diferentes zonas que irían descubriendo según encontrasen sus trozos. Además, había escuchado entre los marineros que frecuentaban su taberna, que quien quisiera lograr el tesoro, debía además conseguir hasta doce llaves con las que abrir el gran cofre.
La tabernera guardaba una de estas llaves. Tras un tiempo de dubitación, accedió a entregársela a cambio de que le trajesen una porción del preciado tesoro. Además, había oído que otra de esas llaves estaba escondida en alguno de los puestos ambulantes del puerto. Por lo que, deberían conseguirla antes de partir. Ambos piratas se miraron y, tras haber escuchado todas las indicaciones, el capitán le dijo al teniente que se preparara, que para la próxima época estival estarían surcando la inmensidad del mar, ¡El “Patacoja” vuelve a navegar!