Impulsados por los vientos de una nueva y trepidante aventura, nuestros protagonistas recorrían de un lado a otro por todos los recovecos del Puerto de la Esperanza, en Isla Tortuga, para recoger distintas provisiones que les fueran muy útiles en la aventura. A lo largo del día, pasaron por diferentes puestos: el mercado que llaman “El Almirante” para coger víveres, donde conocieron al pescador Pilpil; por la tienda de artesanía de los hermanos Ballestrinque, para conseguir cuerdas, brújulas, astrolabios y todo lo necesario para el viaje; y al embarcadero “Aguamarina” para que los manitas Basilio y Sebastián arreglasen los destrozos de la última gran aventura de nuestra tripulación del navío “Patacoja”.
En su visita, el capitán y el almirante consultaron a la gente del mercado sobre el paradero del mapa y la llave. Tras una larga búsqueda, dieron con Basilio y Sebastián, quienes confirmaron que habían encontrado un pedazo del mapa en la restauración de un barco antiguo. Por su parte, el pescador Pilpil reconoció que había hallado una llave en las tripas de un rodaballo en una de sus últimas pescas. Al enterarse de la historia sobre el tesoro, el pescador se percató del valor de la llave, mostrándose reticente a entregarla. Finalmente, el capitán le propuso unirse a su tripulación, a cambio de que llevara consigo la llave. En vistas de la posibilidad de aventura, que prometía romper su aburrida rutina, Pilpil aceptó la oferta, uniéndose al viaje planeado por el capitán.
Había muchas cosas que hacer, pero la idea de una gran aventura conseguía avivar sus corazones. Fue un día de grandes ajetreos y horas invertidas para la preparación, pero finalmente ya estaba todo listo para zarpar en busca de aquel gran tesoro. Cuando por fin todos los preparativos estaban listos, y había llovido un poco, el “Patacoja” recogió su ancla y alzó sus velas.