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Good life

(Esta entrada requiere banda sonora. Confío te guste: https://www.youtube.com/watch?v=jZhQOvvV45w)


María es la última que queda conmigo en la furgoneta.

Ha estado llorando desde que hemos salido de El Molinillo... Durante los primeros kilómetros ha ido siguiendo con la mirada el lugar para exprimir los últimos instantes de lo que vive como un regalo impagable...

Avanzando hacia Arquillos ya no queda ni este último consuelo y se abraza a Carmen que tampoco puede contener las lágrimas.

Con la creciente proximidad de Linares se impone el silencio solo interrumpido por algún sollozo.

De nuevo el horror de «la jaula» de El Cerrillo... En cada una de las paradas un niño que regala un -gracias, hasta el verano que viene-, antes de encaminarse hacia lo que entiende como hogar.

Confiada, quizá por estar los dos solos, se atreve a preguntar... -Me he quedao sin cruz... iba a pedirte la tuya... pero ya veo que no´tá-.

Al verla enrollada en mi mano al abrirse comprende con complicidad que estaba preparada para ella, y tras regalar la más preciosa de las sonrisas, un beso, la puerta de la furgoneta que se cierra y, tras una larga mirada, un giro con el que decide que es momento de regresar a su realidad...

El motor de arranque parece señalar que es tiempo de regresar a la mía...


La salida de esta barriada escupe hacia la carretera que en apenas dos semáforos comienza a marcar la distancia con la ciudad.

Esta es una experiencia ya vivida que conformaba una especie de liturgia, pero que con los ajetreos de los últimos días no había considerado suficientemente y que me asalta de manera sorpresiva.

Los últimos años formaba parte de un protocolo que no necesitaba ser redactado. Virginia me acompañaba en la furgoneta para no conducir solo después de muchas noches muy austeras en descanso.

También sin necesidad de manual de instrucciones, los primeros kilómetros eran de un profundo silencio necesario para acoger la intensidad y para elevarlo a rango de oración. El segundo o tercer año coincidimos en que mirábamos por los retrovisores contemplando como la ciudad iba perdiendo altura y tamaño para ir reduciéndose a una simple referencia visual con los cerros de Úbeda de fondo.

Allí quedaba Linares, en su lugar, con su paro, sus paradojas históricas, con su grandeza y con sus miserias, con su zona noble y la jaula de El Cerrillo...

Allí quedaba inmóvil. Esperando, ojalá por fin el próximo año no, a que la encontráramos en el mismo lugar en el que la dejamos.

Por el retrovisor la silueta del autocar en el que viajan nuestros chicos, precedidos por estos carteles luminosos que ahora tienen estas compañías, en los que aparece el nombre de la institución organizadora y que parece darle un grado de dignidad y relevancia a quienes transporta, en este caso, no sin razón por lo que han regalado a estos niños.

El conjunto generaba una dolorosa paradoja que ocupó buena parte de las primeras horas de viaje donde se mezclaban los desahogos, las quejas y el intento de comprensión. Una ciudad que se queda, un autocar que avanza. Una realidad tristemente inmóvil, otra que habla de generaciones de hermanos que han ido pasando por aquí, de aquellos adolescentes que son ahora jóvenes catequistas...

Generalmente, más allá de Despeñaperros era espacio para la banda sonora. Yo creo que fue ella la primera que la trajo a esta liturgia: -mira esta canción, la música vitalista, el estribillo que canta a la buena vida...-, -por encima de la rabia, de la tristeza, me quedo con la satisfacción por el trabajo bien hecho, por haberles regalado unos días de felicidad a los niños, por haber podido abrir un poquito los ojos a nuestros chicos-...


La ciudad queda en su lugar. Una vez más inmóvil, y han pasado cuatro años desde la última vez.

El autobús avanza con Jorge, tercero de los Derra, o Margui, sexta de los López Pinto, que pueden ahora sumarse a las conversaciones familiares en las que ya no serán solo los hermanos mayores los que relaten su impresión vivida. Y con Melissa, aquella adolescente que formó parte de aquella primera experiencia pionera y arriesgada en 2012, y que 11 años después acompaña a los jóvenes universitarios de los que es catequista.


Y yo... soy el único en la furgoneta. En el salpicadero, una rama de olivo del lugar donde ella descansa.


En estas meditaciones, se aproximan los carteles que advierten del túnel de Despeñaperros.


Las liturgias adquieren sentido cuando son celebradas.


Es tiempo de escuchar Good Life. No tengo la sensación de conducir solo.







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